22.8.09

despedidas


En estos días me vengo acordando mucho de mis abuelas. Ayer me di cuenta de que no poseo ninguna cosa material que me mantenga unida a ellas, y sinceramente, creo que es la mayor liberación que nunca he sentido, darme cuenta de que lo mejor que me dejaron mis abuelas no han sido cosas materiales por las que tener que terminar discutiendo con primos y tíos, porque la gran herencia que ellas me dejaron fueron inolvidables recuerdos y grandes lecciones en la vida que nunca nadie podrá arrancarme.

Una de las mejores lecciones que aprendí de ellas es la importancia de una familia unida. Esta semana, en la que me vuelvo a encontrar enlazada irremediablemente a hospitales, me vuelven a la mente los últimos días de ellas en mi vida.

Creo que no hay mayor satisfacción para un ser humano que poder dar todo lo que puedes a una persona que amas cuando lo necesita.

No hay mejor despedida que poder dar de comer a esa persona con tus propias manos, cucharada a cucharada, como si en cada cucharada se pusiera en juego la vida, acariciarla mientras peinas su pelo, arroparla, besarla en la frente para controlar su fiebre, hacer planes para cuando se salga del hospital, aún a sabiendas de que nunca van a poder hacerse realidad y anotar mentalmente todas y cada una de las palabras que esa persona pronuncia, porque te encoge el estómago no saber cual va a ser el ultimo momento en que se dirigirá a ti.

Es duro ver deshacerse a esa persona entre tus brazos y que se le escape la vida y no poder hacer nada por impedirlo.

Es más duro aún cuando ves que esa persona tira la toalla, ya no se esfuerza por impedir lo inevitable y tu misma asumes que es un error obligarla a una simple cucharada más.

Por eso no podría concebir que mi pareja no me apoyara en este tipo de momentos, que no respetara mis ausencias, mi necesidad de abrazarme a mis hermanas, de buscar refugio en mi familia, de querer pasar todo el tiempo que tengo con aquellos con los que no me queda demasiado tiempo.

No puedo entender que la gente deje morir a sus mayores solos y abandonados en hospitales, sin darles un poco de cariño y compañía y con esporádicas visitas llenas de resentimiento por tener que “desperdiciar” un domingo por la tarde.

Creo que el problema no dista más que de la distancia que separa nuestro propio ombligo del suelo.

Nos falta un poco de humildad, de dejar de mirarnos los ombligos y fijarnos más en la distancia que nos separa del suelo, porque en ese mismo polvo nos convertiremos todos, pero todos creemos que a nosotros nunca nos va a tocar y que nos lo merecemos todo, todo y mucho más que nadie.

“Solo le pido a Dios…

que la reseca muerte no me encuentre,

vacía y sola sin haber hecho lo suficiente”

Ana Belén y Víctor Manuel