1.3.07

La semana pasada fue el cumpleaños de alguien muy especial para mí, le hice varias cosas, entre ellas este cuento, pero luego al final no le di ninguna porque me terminé avergonzando de todas, además, había llorado demasiado haciéndolas, y ya no me apetecía. Al final he decidido colgar el pseudo-cuento.

Había una vez…
Una princesita que vivía en un planeta solitario rodeada de gente. Un día, en un aburridísimo curso de doctorado, conoció al apuesto sultán del cometa intergaláctico de la fuente. Sus orbitas se cruzaron y comenzaron una bonita amistad que les enseño muchas cosas al uno del otro y los hizo sentirse un poco menos solos. La princesa tenía en la órbita de su planeta algunos satélites familiares y amigos, de trayectoria continua aunque, eso sí, algo inestable.
Un día, la princesa se dio cuenta de que los cometas pasan muy cerca de los planetas, pero a veces permanecen en la misma orbita por poco tiempo, porque son más inquietos y les gusta irse a visitar otros planetas.
A la princesa le parecían geniales las inquietudes de su amigo el sultán, y aunque le hubiera gustado mucho acompañarlo, pero ella tenía las suyas propias, que la hacían girar en torno a una órbita diferente.
A pesar de todo, ella sabía que no porque él no la quisiera a veces de la forma que ella hubiera esperado y se alejara, no significara que él no la quisiera con todas sus fuerzas.
Llegó el día del cumpleaños del sultán, ella quiso hacerle un regalo especial, hecho por ella misma, y pensó en lo mejor que podía hacer…
Pero a él no le gustaban los abrazos, ni las bufandas, ni podía llevarlo hasta ese lugar tan especial para ella porque el siempre tenía previstas otras cosas que hacer.
Ella estuvo largas horas tejiendo una de las cosas más bonitas que pudo, entrelazando hilos para darle la forma a un pequeño sueño, pero cuando hubo terminado pensó que no era lo bastante perfecto. Así que escribió este cuento, aunque nunca llegó a sus manos, porque después de todo, terminó haciéndole un rudimentario pastel.

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