28.7.09

emociones


Lo que más la sorprendió esa mañana fue el contraste entre el revoltijo de emociones que ella sentía y la serenidad que transmitía en rostro de su tío comunicándole que los médicos le habían desahuciado y que pronto volvería a casa para morir junto a los suyos.

No es posible describir esos instantes en los que ella encogía el estómago para no dejar brotar una retahíla de lágrimas que a él no le hubiera gustado ver en su cara. La rabia por no poder evitar su traslado, tal y como el pedía, para evitar en lo posible el dolor de esa terrible enfermedad. La impotencia de reconocer en su mirada serena la aceptación que ella no sabía tener frente a la muerte. La tristeza de ver pasar frente a ella tantos buenos momentos a su lado. La alegría de saber que el sufrimiento es finito y que pronto todo el dolor desaparecería. Y la negación, la negación de que todo aquello estuviese realmente sucediendo, deseando despertar de un mal sueño en cualquier momento.

Y entonces comprendió algunas pequeñas cosas. Comprendió que ella no estaba preparada para afrontar ni su propia muerte ni la de nadie, comprendió que siempre había mirado para otro lado, que aquel anciano analfabeto era inmensamente más sabio que ella con todos sus títulos universitarios, y que finalmente era él que le estaba dando consuelo a ella. Hay cosas que no se sabe muy bien donde se terminan por aprender y tal vez había estado más sobreprotegida de lo necesario.

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